La euforia del reencuentro
CRÓNICA II – EL DIPLOMA
No saben la conmoción que se generó en mi casa cuando llegué del colegio cargando en mi maletín uno de esos pequeños diplomas que los curas entregaban cada quincena, en formatito sencillo y de color rosado, impreso en los talleres del Politécnico en tamaño de media página, y no con honor al mérito, como pudieran imaginar, sino como 4to puesto en aprovechamiento. Fue el único diploma que recibí en toda mi vida escolar y los repartían cuando estábamos formados después del recreo ante todos, y veía a los ya conocidos desfilar ante el llamado del cura de turno, uno a uno, siempre los mismos, Falconí Rodolfo, Lizárraga Hugo, Chuquipiondo Enrique, esto parecía un monopolio, Chinchilla Luis, Ramirez Antonio, y la lista continuaba con los mismos nombres, Espinoza, Tizón, otra vez Falconí, Ramírez, Matumay, ¿qué harán con tanto diploma? no lo sé, pero en casa fue tal el remesón, que mi viejo acostumbrado a acumular los diplomas, medallas, bandas de honor que todos los meses le llevaba mi hermana, - ¡no te sonrías, sin cachita! – había dedicado la puerta interior de su ropero para colgar y pegar los premios de Rina, de tal manera que, cuando abría la puerta las medallas trinaban como cascabel, el olor a cola blanca invadía su cuarto, ya no se sabía de qué color era la madera toda pegoteada con cartulinas de todos los colores - ¡qué mal que me caías! - y todas con el nombre de mi hermana repetido de arriba abajo y de izquierda a derecha - ¡ aprende carajo ¡ - hasta que aparecí con mi diplomita; fue cuando mi viejo me miró, luego leyó el diploma, me volvió a mirar con unos ojos casi fuera de sus órbitas, volvió a leerlo, otra vez me apuntó con su mirada, esta vez con una sonrisa a todo rostro – ¡ esto hay que ponerlo en el ropero ! – y subió raudo a su cuarto, abrió la puerta, la hoja izquierda tenía un espejo en el cual se reflejaban los premios de mi hermana pegados en la puerta del frente, sacó su caja de herramientas, comenzó a desencajar el espejo, lo puso con mucho cuidado a un costado, luego bajó al depósito de herramientas y subió con su tarro de cola blanca para untar la cartulina del diploma – con mucho cuidado, hijo, para que no se moje la carátula – avanzó hacia el espacio que antes ocupaba el espejo, se empinó, busco el sitio adecuado, lo acercó a la punta superior izquierda de la puerta – ¡así empecé con los premios de tu hermana! – lo vio, suspiró, se alejó un poco para observarlo, nuevamente se acercó - ¿porqué no lo pones en un marquito para mi cuarto? – se volteó a mirarme de una manera tan penetrante que opté por callarme, luego se volvió a concentrar en su trabajo, y al final dijo - ¡no!- y decidió pegarlo al centro de la puerta. El diplomita se veía desolado en medio de ese color desierto de la madera, chiquito, pero dominando todo el espacio por su color y su exclusividad, y muy tímido ante todos los cuadros de honor, bandas – ¡algún día las botaré! – y medallas que tenía al frente; y así en las siguientes quincenas, nuevamente los Falconí, Lizárraga, Espinoza - ¡qué mal me caen estos pendejos! – seguían acumulando diplomas, y yo, siempre esperando que me llamen - ¡ no me hables carajo! – y mi diplomita, continuaba desolado en el ropero mientras crecían las cartulinas del frente; cada mes que pasaba cambiaba de color, primero fue el rosado intenso, luego se convirtió en un rosado claro Vamos Boys, como le decía mi viejo, pasó al amarillo indefinido, luego al amarillo pálido, verde claro, casi marrón y después plomo; hasta que por fin, cambiamos de local dejando atrás nuestras viejas aulas para ocupar la nueva sede del colegio en la Avenida Brasil - ¡assuuu, que grandes los patios! – decía Chinchilla, - ¡y a mí que mi importa¡ - y esa primera quincena en colegio nuevo, ya no hubo diplomitas, ni en los años siguientes. - ¡ajá! - a ver pues, Chicho, Kiko, Hugo, ¿ya no tienen nada que llevar a la casa todas las quincenas? - ¿y ahora, que le digo a mi viejo que sigue esperando mis diplomas para cubrir toda la puerta de su ropero que me asignó? - mientras que por toda la casa, mi hermana Rina me seguía mirando con esa misma sonrisa socarrona. - ¡carajo, cómo nos jodían la vida los curas! -
Colegio Salesiano de Lima - Promoción 1971
Reunión por los 39 años de ex-alumnos
CRÓNICA I – EL INICIO